jueves, 1 de abril de 2010

Dejemos caer la máscara Rousseau,-dijo Vicent. Yo tamabién soy campesino y un pintor.
El artista se acercó al joven y le estechó la mano calurosamente.
-Tu hermano me ha enseñado tus pinturas de los campesinos holandeses. Son buenos, mejores que las de Millet. Las he admirado muchas y muchas veces.
-Y yo estuve estudiando sus cuadros mientras esos... estaban haciéndose los idiotas. Y también los he admirado.
Gracias, ¿Quieres sentarte? ¿Quieres llenar tu pipa? Aquí hay ciento cinco francos con los que podré comprar tabaco, comida y pinturas.
Tomaron asiento cada uno a un lado de la mesa y comenzaron a fumar en silencio
-Supongo que sabes que todos te llaman loco, ¿verdad Rousseau?
-Sí, y he oido decir que en La Haya también te llamaban a tí así.
-En efecto.
-Bah, dejemosle que digan lo que quieran algún día mis cuadros estarán colgados en el Luxermburgo.
-Y los mios en el Louvre- repuso Vicent.
Se miraron ambos por un momento y como si hubieran leido sus pensamientos dejaron escapar una carcajada espontánea.
-Creo que tienen razón, Henri- dijo Vicent- ¡Estamos locos!
-¿Quieres que bebamos para festejarlo?

jueves, 4 de marzo de 2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

Epícuro

Tampoco la muerte es temible. Mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es nosotros dejamos de ser. ¿Miedo al dolor? Es el miedo al dolor el que más duele, pero no hay nada más placentero que el placer cuando el dolor se va. ¿Y el miedo al fracaso? ¿Qué fracaso? Nada es suficiente, para quien lo suficiente es poco, pero ¿qué gloria podría compararse al goce de charlas con los amigos en una tarde de sol? ¿Qué poder puede tanto como la necesidad que nos empuja a amar, a comer, a beber? Hagamos dichosa, la inevitable mortalidad de la vida.

Ahora escribo pájaros.


No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas,
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez,
sea eso un árbol.

O tal vez
el amor

Ni un paso atrás. Ni para tomar impulso.

el-ar-te-de-di-bu-jar-te


















Una mujer contempla, a la luz del fuego, el perfil de su amante dormido.
En la pared, se refleja la sombra.
El amante, que yace a su lado, se irá. Al amanecer, se irá a la guerra, se irá a la muerte.
Y también, la sombra, su compañera de viaje se irá y con él morirá.
Es noche todavía. La mujer recoge un tizón entre las brazas y dibuja, en la pared, el contorno de la sombra.
Esos trazos no se irán, no la abrazarán, y ella lo sabe, pero no se irán.